Aún bajo los efectos del jet lag y con muchas emociones cruzadas, después de dos semanas intensas en Centroamérica, me siento a escribir este post.

El viaje empezó de forma accidentada. Sólo dos días antes de mi partida, tuve que cambiar de planes.

El destino inicial de mi vuelo era Managua. Pero los acontecimientos de los últimos días, los altos niveles de incertidumbre y las amigas nicaragüenses aconsejaban replantearse el viaje. Bastante tienen con la situación que están viviendo como para sumarles la preocupación por que no me pasara nada. Creo que ha sido una buena decisión, viendo como se agrava la campaña de represión a la población civil y el amparo e impunidad con que están operando los grupos paramilitares, como explica la Iniciativa Nicaragüense de Defensoras de DDHH de las Mujeres.

Finalmente vuelo directamente a Honduras. Llevaba seis años sin visitar Tegucigalpa, ciudad en la que viví dos años. Con la agenda más tranquila en los dos primeros días, me hospedo en casa de una muy buena amiga hondureña en el bonito pueblo de Santa Lucía, un remanso de paz en el que me recupero del viaje.

La defensa de la vida frente a la militarización

Ya manos a la obra, me reciben las compañeras del CDM para hablar sobre proyectos presentes y futuros a través de los cuales apoyamos su trabajo para la despenalización de la píldora del día después y del aborto. También me hablan del impacto que está teniendo, sobre todo entre la juventud, la campaña “Yo no quiero ser violada”.

Al día siguiente conozco a compañeras de distintas partes del país que forman parte del Grupo Impulsor de la Red Nacional de Defensoras de DDHH en Honduras. Hablamos de muchas cosas, de la represión en el marco del fraude electoral, de la violencia que enfrentan al interior de las organizaciones mixtas, de la militarización y criminalización de la protesta como herramientas para desmovilizar a la población. Pero también de como se organizan y articulan internamente y de sus procesos de sanación a través de la terapia del reencuentro.

Aprovecho el viaje para reunirme también con Fondo Camy, un fondo centrado en fortalecer el liderazgo juvenil en Centroamérica con quien compartimos varias copartes. La presencia de los grupos fundamentalistas en la región y sus conexiones a nivel internacional es una de nuestras preocupaciones comunes.

Llega el momento de despedirme de Tegucigalpa, sin saber cuánto tiempo pasará hasta mi próxima visita. En autobús viajo a San Pedro Sula. Nada más bajar del autobús recibo un golpe de aire caliente y húmedo. Con mucho cariño me reciben las compañeras de la Red de Mujeres Jóvenes Feministas de Honduras, uno de los grupos de base a los que apoyamos en la región.

Hablamos de nuevo del clima de militarización, del hostigamiento a las comunidades enfrentadas a megaproyectos y del clima general de desesperanza. Me cuentan las dificultades que están teniendo para el cambio generacional en la Red. Las primeras impulsoras están de salida y es complicado consolidar nuevos liderazgos. Pero me voy segura de que lo van a conseguir viendo a las compañeras más jóvenes llenas de ilusión y motivación.

Esa noche duermo muy mal, hemos tomado demasiada cerveza y hay un concierto en directo al lado de mi habitación. A las 4 de la mañana vienen a buscarme para llevarme a la estación de autobuses. A esa hora ya aprieta el calor, y con las pocas horas de sueño y la pesada maleta siento que me voy a desmayar. Cuando me subo al autobús caigo redonda, lo que me ayuda a que el viaje de 9 horas de autobús no se me haga tan pesado.

Nosotras, en el centro de la recuperación y del cambio social

Ya en San Salvador, llego al hotel donde pasaré los próximos días. Sencillo pero muy bonito, con mucha vegetación, un comedor al aire libre y una pequeña piscina en el centro que le da un aire vacacional. Un oasis en medio del ruido, el tráfico y la inseguridad de San Salvador. Nos va a cuidar muy bien la organización que nos acoge, Ormusa, anfitriona del Encuentro de la Red Internacional de Centroamérica y el Mediterráneo por una Vida libre de Violencias al que vengo a participar. Un encuentro financiado con fondos de la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo, que da a poyo a esta red desde sus inicios.

Son días muy bonitos con las compañeras de Tamaia y SUDS (Cataluña), Ormusa (El Salvador), Actoras de Cambio (Guatemala), CDM (Honduras) y AMDF y Mains Solidaires (Marruecos), acompañadas por Alda Facio, experta independiente de Naciones Unidas. No han podido acompañarnos esta vez las palestinas. Nos actualizamos sobre nuestros contextos, analizamos casos paradigmáticos, pensamos en la responsabilidad de los hombres en las violencias machistas y estudiamos el papel de las mujeres en nuestras cosmogonías y en nuestras historias. Una de las conclusiones más potentes a las que llegamos es que, frente a las violencias machistas, la reparación está principalmente en nosotras mismas, las mujeres.

Aprovecho la estancia en la ciudad para reunirme con una compañera de la Red Coincidir, que recibe una donación anual de Calala. Me cuenta de su trabajo con jóvenes en temas de derechos sexuales y derechos reproductivos. También con La Cachada Teatro, con quienes estamos planeando una posible gira para el próximo año en el Estado español.

Se acaba el encuentro, nos despedimos felices de los días que hemos pasado juntas y de todo lo aprendido, pero mi viaje no se acaba aquí. Aún tengo fuerzas para aprovechar la agenda que han organizado nuestras aliadas de la Colectiva Feminista por el Desarrollo Local. En San Salvador me reúno con la Red Salvadoreña de Defensoras de DDHH y aprovechamos para trabajar en un programa conjunto con el que estamos apoyando a esta articulación, de nuevo con financiación de la ACCD.

De allí, tras un viaje de una hora, llego a Santa Ana, la segunda ciudad del país, donde me reúno con parte del equipo de La Colectiva para trabajar en una nueva propuesta que esperamos que tenga éxito. Nos permitiría promover la educación integral en sexualidad y prevenir las violencias machistas a nivel municipal y departamental. El viaje acaba en Suchitoto, otro de los municipios donde se desarrollaría el proyecto.

Es un pueblo muy bonito y tranquilo, donde por primera vez desde que he llegado al país puedo caminar tranquilamente. Me hospedo en una casa preciosa, con un patio lleno de vegetación, un oasis en el que consigo descansar tras la vorágine de los días pasados. Visito la Casa de la Mujer, un verdadero logro del movimiento de mujeres en el municipio. Una compañera me cuenta de un terrible caso que está acompañando, pero acaba afirmando con toda la seguridad y la confianza que ella es positiva porque cada vez son más las personas que están dispuestas a generar cambios.

Ahora sí, mi viaje ha terminado

Con la mochila llena de frijoles, rosquillas y café para una amiga centroamericana que vive en Madrid, que tuvo que salir por la situación de inseguridad en el país, pienso que sí, que hay esperanza de que un día no muy lejano ella pueda volver a un lugar mejor. Y cuando eso pase, tendremos que darle las gracias a todas las mujeres que hoy se organizan para que eso sea posible.

Fiona Montagud, Directora de Programas